(Este post fue publicado originalmente el 15 de agosto de 2010)
Gracias al mecenas inglés Lord Carnarvon, que financió las excavaciones, a finales de 1922 el egiptólogo Howard Carter descubrió la tumba de uno de los faraones desconocidos hasta entonces. Se trataba de una cámara real de 3.000 años de antigüedad, la mejor conservada de un faraón. Aunque había sido saqueada en la antigüedad, los 5.000 objetos que contenía habían sido restituidos. El Museo Metropolitano de Nueva York, colaboró en la excavación aportando al fotógrafo Harry Burton, que fotografió la tumba y todos los objetos tal como se encontraron en las salas mortuorias y luego por separado, gracias a las cuáles nos podemos hacer una idea de las labores de arqueología del momento.
El Instituto Griffith dependiente de la Universidad de Oxford ha digitalizado y catalogado las fotografías, mapas, planos y anotaciones de las excavaciones realizadas por Howard Carter en el Valle de los Reyes hasta el descubrimiento del sarcófago de Tutankamon, poniendo el material accesible a través de Internet.
Cualquiera puede desde casa sentirse explorador descubriendo los tesoros ocultos del faraón. Pero tened cuidado con la maldición de Tutankamon…
Cuatro meses después de abrir la tumba, Lord Carnarvon fue picado por un mosquito, en unos días enfermaba gravemente y murió. Se cuenta que a la misma hora de la muerte el perro de Lord Carvarnon aulló y cayó fulminado en Londres. Su hermano Audrey Herbert, que estuvo presente en la apertura de la cámara real, murió inexplicablemente en cuanto volvió a Londres. Arthur Mace, el hombre que dio el último golpe al muro, para entrar en la cámara del faraón, murió poco después, sin ninguna explicación médica. Sir Douglas Reid, que radiografió la momia de Tutankamon, enfermó y murió dos meses después. La secretaria de Carter murió de un ataque al corazón, y su padre se suicidó al enterarse de la noticia. Un profesor canadiense que estudió la tumba con Carter murió de un ataque cerebral al volver a El Cairo. Fueron muertes que la prensa sensacionalista inglesa aprovechó para alimentar la leyenda de la maldición, que aumentó cuando en las décadas de los 60 y 70 las piezas del Museo Egipcio de El Cairo se trasladaron a varias exposiciones organizadas en museos europeos. Los directores del museo de entonces murieron poco después de aprobar los traslados… Lo dicho, cuidado con la maldición.